quemando desde el mismo borde de tu fuego.
Gimen, gimen, gimen, gimen
terrazas de luz, espigandose sobre tu frente cual un zodíaco.
Allí, tan sólo allí
el lugar de los emparrados que te rondan, adamantina.
Estás fortificando tiempos, en unas guaridas ágiles.
Frontalmente te ven hojas y aclaman a tus pestañas:
La barbilla esculpida por todos los destellos y un élitro,
implicada en las maravillas de las cosas errátiles, cantas
y el mundo se derrite como lo hiciesen doblegados los imperios.
En una llamarada vienes sin las vacilaciones de la que no está en vida:
Mujer de miradas gráciles, de risa trasnochada, de bronce esplendoroso:
Altiva ante ingeniosos que proponen secuestrarte y domarse
eres aquella predestinada que viene en vela por valles ansiosos
trayendo el jade artesonado de unas manos de fuegos,
sedosa, a más no pasar nunca, racimo de besos incandescente: te celebro.