hasta un vasto mediodía, milenario:
logré mirar el racimo de tu melena, latina.
Vi que tus uñas eran cristales tiernos:
vestías el árbol de tu misma sonrisa.
En cada paso sembrabas estatura:
la misma luz plural de tu semblante:
Me despeñé hacia el sur, hacia mí mismo
para verte ver tornar en amarillo lo ocre.
Tus manos se concretaban de alguna piel solar.
Fugaces contornos ritmaban tu cintura
al lado de la enorme palmera en la que ondeabas.
Fresca como racimos que se hacen banderas
enarbolabas esas mañas vibrantes que te admiro
quizás adivinándome brotar de tierra negra.
Flama de la esperanza, a tus venas me acojo
para que me recibas como si fuera un hijo.
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