El pasillo se abre:
No hay nada ni hay nadie:
ni siquiera los pasos mínimos del viento
ni pequeños escombros de reflejos.
Las paredes son elocuentes y sensibles
y se han acomodado entre sus formas.
Mis pies de vidrio recorren esa entraña
como quien pisa un barro cristalino.
Veo que me siguen los sopores de la noche
y penetrar, por mucho ángulos, al vaho.
Las arquitecturas son mínimas y siniestras
y se apegan al techo desatando sus ecos.
En éste paréntesis finito en que camino
se detienen relojes y segundos.
Todo lo que yo miro tiene ojos
inclusive los vértigos que me espían.
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