Insuflados en sus ínfulas
pasan los malévolos:
Vienen de hacer perversión de buena gana.
Vienen de haber apagado una lumbre
o de haber iniciado incendios o borrascas.
Vestidos con la cara de nadie o de Don Nadie.
Caminan y se esputan de sus gestos infecciosos.
Patean a la paloma que espera comer pan
en la plaza pintarrajeada donde cuidan a un ciego.
En sus hombros cargan sus propios pedestales
más el albatroz límpido, los mira de reojo.
No saben que los espera un hoyo y una lápida
y el pisar de una bestia sobre sus esqueletos.
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